El maicillo crujía fuerte a mis pies, se necesitaba pisar fuerte para no resbalar y poder empujar el carretón lleno de maletas y bultos de los veraneantes que recién llegaban a Isla Negra, recibía con gusto las propinas de los fletes. Nunca fue mucho pero me permitía ir en las tardes a los flippers con los cabros y quizás tomar una bilz o comprar un par de pan de huevo. Aparte tenia que realizar algunas tareas menores como cortar leña y acompañar a la hermana de mi abuela a San Antonio para cargar las cajas con las compras, lo demás era ocio, ese ocio del bueno, lleno de juegos, aventuras y expediciones "Buenos días señor litre" era el santo y seña para poder pasar sin enconcharse entremedio de las quebradas llenas de esos árboles, creo que nunca deje de tener costras, si siempre tuve costras por las caídas, rasguños con ramas o rocas y mas de algún moretón por culpa de patadas y manotazos en esas pichangas de potrero donde el mínimo era unos 20 por lado, "último gol gana todo" gritaban, y cuando la cosa se calentaba demasiado volaban las bostas de vaca. Un año, no recuerdo cuál... llegué a Isla Negra igual que siempre de esas vacaciones de escolar, pero ya no divertido, no quise salir ni a jugar y a ganarme unos pesos con el carretón, pasaba las tardes en las rocas escuchando música con un personal estéreo, rayado las rocas con carbón o simplemente leyendo, los cabros me pasaban a buscar pero yo me excusaba. Seguro ya había dejado de ser niño, de seguro ahora era adolescente.
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