Corría manteniendo el balance perfecto entre la carga y él, sus pies apenas rozaban el suelo con una gracia digna del Bolshoi, los ejes de las ruedas estaban bien engrasados, la barra del asa en la boca de su estómago hacia que pareciera una sola unidad con su carretón, y la velocidad solo aumentaba.
Eran trecientos cincuenta por vuelta, y con suerte esa mañana lograría hacer unas veinte, con eso podría asegurar el rancho y después ver tranquilo el partido del Wanderers con un par de cañitas.
La velocidad y la ambición de hacer más fue lo que lo lanzó por los aires, y la carga de paltas Hass, voló como proyectil de catapulta, atacando a los transeúntes presentes en la desgracia. Y él de lleno en el suelo con la cara lastimada, lloro. Ahora no solo no iba a tener, sino que además debía.
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